viernes, diciembre 16

Hay una sola cosa que Él jamás me perdonó.
El día en que decidí engañar a esa pobre mujer, esposa de un carpintero pobretón y borracho, comenzó lo que el día de hoy muchos se atreven a catalogar como la historia de aventuras más veces contada en el mundo.
Me tomó semanas de susurros al oído, sueños y manipulaciones mentales convencerla de que el engendro en sus entrañas no era hijo de José, sino de Dios mismo que había plantado su semilla en ella. Lo de que fuera o no fuera virgen, fue algo que más adelante inventó el carpintero para poder desligarse de ella, ya que en ningún caso le convenía que la gente supiera que el hijo no era de él. La abandonó y se deshizo en rumores de que María era virgen, que él nunca la había tocado.
Cuando la noticia se esparció, me entretuve un rato. Debo reconocer que nunca pensé que lograría que ella tomara el papel de la virgen elegida por Dios. Pero lo hizo bastante bien.
El día del parto se acercaba, y la gente comenzaba a llegar de todas partes a ver a esta mujer y su cría. Le traían flores, regalos de diversas índoles y oro, mucho oro. Jesús nació en las mejores condiciones posibles para la época, rodeado de ojos curiosos y lujos en su nombre. El pesebre, los reyes magos y las ovejas nunca existieron en realidad. Y José, no fue el primero ni tampoco el último, que nunca más volvió.
El mocoso se fue desarrollando normalmente, y yo volví a intervenir en el curso natural de las cosas un par de veces. Ignoré constantemente la voz que me decía "vas a crear un caos que no podrás manejar, ya verás". Lo doté de poderes ilusorios, de la vulgar magia que hoy en día vemos por la televisión. Lo convencí de que era el salvador. Y la gente compraba el cuento.
La historia la conocen. María Magdalena tuvo sus hijos, y Jesús fue considerado un mesías.
Y Él tuvo razón. En un abrir y cerrar de ojos, el caos fue rotundo. Los romanos, Poncio Pilato, azotes, muerte, cruz, histeria colectiva, culto a Jesús, sectas.
Sin embargo, sólo me arrepiento de haber sembrado la semilla de esta enorme obra de teatro cuando veo la Iglesia.
El tiempo pasaba, la secta, el culto a Jesús se esparcía a lo largo de la gente de la época. Peregrinos iban y venían por Jerusalém, Belén, etc. Mientras todo esto ocurría, en otras localidades del mundo se habían generado otras sectas, otras religiones con sus propios mesías, sus propias lenguas, libros sagrados y demás.
Matanzas inhumanas se produjeron en nombre de los Dioses. Y juro por mí que nunca tuve nada que ver en ello. A esas alturas era sólo un espectador del caos que yo mismo había generado. Como cuando un niño, luego de jugar durante todo el día en su habitación, ve que faltan 10 minutos para que lleguen sus padres y no sabe por dónde comenzar a ordenar el desastre.
Todos concordarán conmigo al respecto, y no me equivoco cuando digo que el aspecto más negro de este fenómeno llamado religión, son los dogmas impuestos a la humanidad. Nunca me lo esperé, debo decir, pero no me extraña que esas inmensas sumas de poder por parte de los sacerdotes terminaran por aplastar y disminuir a las sociedades.
Siendo yo el impulsor de esto, les digo: nunca fue mi intención que las mujeres se vieran sometidas a tapar sus rostros y cuerpos con telas negras, o que se prohibiera disfrutar de la vida en base a que los placeres deberían hacernos sentir culpables, ni tampoco pretendí crear una raza de seres humanos miserables que se dedican a mirar en menos a las demás personas, que abusaran de ellos, de sus niños, de sus bolsillos, de sus gobiernos.
Confiésome culpable de haber sembrado la peor maldad del mundo en esta sociedad.
La fé es algo que debe haber en los corazones de toda persona, ya que (a mis humildes ojos) es cuando las cosas funcionan de la mejor forma. Pero la religión deja mucho que desear. Si pudiera volver a influir en la sociedad con tal brío como lo hice otrora (noten el lenguaje de época; me esfuerzo en ello), incentivaría la espiritualidad individual y dejaría de lado la religión de masas, que no es más que una vil palanca de poder, una forma de mantener mojigatos e ignorantes a todos.
Dios aún me recrimina haber puesto su nombre en boga de tal forma. Incluso, recuerdo una anécdota en particular. Corría el año 1097, y estábamos sentados a orillas del Rin cuando vimos pasar unos Cruzados, que venían de masacrar un millar de judíos de Colonia. "Son enemigos de Cristo, al igual que los musulmanes" predicaban. Nos miramos, y no supimos si reir o llorar. El mesías fue sólo uno, que vivió en Tierra Santa. Tanto musulmanes, como judíos y cristianos ven a la misma persona de maneras distintas, y tratan de matarse unos a otros por ver quién tiene la razón. Cristianos que matan judíos para ver quién se queda con Jesús, quien fue judío, y fundó el cristianismo. "Los humanos son unos bichos bastante inefables, debo decir", fueron sus únicas palabras.